martes, 30 de octubre de 2007

Miedo

Ayer fue un día extraño. A escasos metros de distancia, contemplé tranquilamente cómo dos jóvenes que no superan la edad de 17 años robaban a mano armada una motocicleta a un hombre grandote, pero obnubilado por el tamaño comprometedor del cañón de semejante pistola. Sin superar la hora, me contacta alguien a quien pensaba contactar ese mismo día a la mañana acobardado por la casi nula periodicidad con que la contacto. Desde letras de tinta negra -igualmente valiosas a aquéllas de oro que unos ilusionados dedos dedicaron para su felizmente cercana pareja- una centenaria Úrsula, madre de los Buendía, me habla de tiempos que dan vueltas en círculo y parece que nunca terminan sino que vuelven a ser los mismos. Y después me encuentro sediento a la noche, y no me dio miedo esa bala cruzando mi cerebro y destruyéndolo, ni la eterna extensión de las calles obsesionadas con apartarme de mi casa, ni los ojos ciegos con que me mira la noche sin luna, ni los putrefactos dedos de un agua maligna tratando de envenenarme cayendo por mi garganta; sino los inocentes pasos de un bebé en Austria a principios de 1890, los dedos nerviosos del dueño de una mente que sueña con un nombre que nunca supo, y mi mente.

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