martes, 2 de octubre de 2007

Nuestra vida

Una vez me enamoré. Era Noviembre, y llovía. Paseaba mi auto sin darme cuenta de que lo estaba lavando, pues solía entretenerme embarrándolo todo, y el calor del sol endurecía la tierra y mi auto era una bola de estiércol. Pero ese día no. Ese día dejé que la lluvia lavara mi auto. Entonces salí. Ví bien lo que antes los vidrios no me dejaban ver: habían por doquier muchísimas cosas, tales como almanaques, fotos, tréboles, aviones, risas, caramelos que pican, gusanos de tierra que si los molés y cocinás y se lo das a tu perro después estallan dentro de su panza y se convierten en un muñeco maldito, espacios en blanco, aparatitos electrónicos, guitarras que no se tocan y demás. En eso veo una mano de mujer. Sí, una mano de mujer. Sí, ya sé que las mujeres no existen, pero la ví. No lo podía creer, pero como ya para ese entonces era más de ver que de creer, daba más crédito a mis ojos que a mi mente. La mente a veces no sirve. Eso lo cuento más adelante. Bueno, la cosa es que esta manito salía de entre una montaña de escombros hechos de papel de foto. Se podían divisar algunas fotitos por ahí. Habían muchos viajes, mucha tela de avión, pero lo raro es que de tanto escombro no se divisara ni una piedrita, ni una señal de construcción, entonces me fijé, y ví que podía sacar esa mano faérica de la extraña estructura. La fui sacando poco a poco y la invité a que subiera a mi auto. El escombro salió fácil, ella tenía sus manos abiertas. Mas no quiso abrir los ojos pues le iban a doler (debajo de los escombros no hay luz). Respeté su hiperfotosensibilidad y atenué el ahumado de mis vidrios, pues tenía curiosidad (yo). Entonces los abrió. Abrió sus ojos. El auto seguía pero yo choqué. Caí en un agujero negro. Me deslicé por las cavernas de Tyler Durden. Volé por los cielos de Cadaquéz. Viajé hasta el centro de la tierra y volví. No pude más. Se los besé. La abrasé y ya nunca más pudimos soltarnos. No sé lo que nos pasa, pero es como si nuestros brazos ya no estuvieran ahí. No, sólo se siente la espalda del otro, y el corazón del otro al lado de donde debería haber estado nuestra mano. Es un desastre. Pero nos arreglamos eh? Sí! Caminamos bien, aprendimos a bañarnos y a comer sincronizadamente. Claro que á veces no coordinamos bien y por ejemplo, el otro día, yo sentía como que me picaba la mano, y sin querer le apreté el corazón. Por suerte eso fue nada más que una dosis extra de sangre, nada que no arreglen unas vueltas alrededor de nuestro eje y esos besos que le doy de noche. Ella no se da cuenta, pero la beso. Le beso. Y sin embargo le gusta. Estamos muy bien, y pensamos andar de nuevo en coche. Yo le digo que no hace falta pero ella siempre me dice que como vamos a estar lejos de la ciudad…

1 comentario:

Anónimo dijo...

También yo me enamoré, y tras un estado de catatonia paralelística experimenté el placer de viajar en un auto al que previamente había visto pero dejado pasar, curiosa la vida, que hace que se detengan las cosas en el momento oportuno (al menos en mi/nuestro caso).Así desplegué mi introvertida espontáneidad y alunicé en el mejor de los paraísos extralunáticos, paisajísticos y enarbolados por hipérboles que se construían en cada una de nuestras conversaciones. Demasiado público para privatizarlo...se convirtió en una íntima armonía holofrástica.
Brotan comúnmente las palabras que de otra manera consideraría innecesariamente presentes, y presentes están...
Y una vez más me hago eco y gala de lo que jamás soñé por exceso de imaginación...